100 años de la Revolución Rusa

Hace tan solo 100 años, un siglo nada más, se vivía en Rusia un acontecimiento de esos que marcan el futuro de todo el mundo. En medio de una crisis total del imperio ruso zarista, agudizada por el ingreso de Rusia a la Guerra Mundial (en un intento de “entrar al mundo”, como se dice hoy, para conseguir aliados poderosos) y su consecuente derrotero de muertes innumerables, los trabajadores y campesinos de la gigante nación euroasiática iniciaron un cambio de rumbo en el historia de la humanidad.

Se trató de una Revolución que se cimentaba, sobre todo, en ideas que Karl Marx había publicado 50 años antes (como escribí hace poco) en su libro Das Kapital (“El Capital”). Acuciados por una autocracia que hacía gala de la desigualdad como modelo básico opresor, las manifestaciones iniciadas en 1905 sucumbieron con la caída del Zar cuando, en febrero de 1917, la hambruna y el estancamiento de la economía producidas por la guerra fueron repudiadas por incontables huelgas en todo el territorio. El 2 de marzo (según el calendario Juliano) Nicolás II de Rusia, abdicó al trono. El gobierno provisional que ocupó la dirección del gobierno no pudo, igualmente, sostener la crisis estructural de un gobierno con reminiscencia feudal y con una producción industrial sumamente atrasada con respecto a las potencias europeas. La “Revolución de Octubre” del 7 de noviembre de 1917 llevaría al poder a Lenin, quien abriría paso al gobierno socialista.

La referencia a Octubre para la revolución alude al calendario Juliano (introducido por Julio César en la antigua Roma, hacia el siglo I a.C.) que aún se utilizaba en Rusia en aquel entonces; por tal motivo, los hechos revolucionarios ocurrieron un 25 de octubre. Pero el apelativo de “octubre” no es lo único que dejaron los romanos a la Revolución Rusa. Junto con el calendario, el título de Zar provenía del título imperial romano: el de “Caesar” (pronunciado “Káesar”). Así como los alemanes tomaron el título para su “Kaiser”, los rusos hicieron lo propio. Además, caída Roma y -luego- Constantinopla (anteriormente Bizancio, capital del Imperio Bizantino), Moscú se convirtió en la “Tercera Roma”; en la heredera del Imperio Romano. El título, quizás, sea más válido por su carácter apocalíptico: Moscú caería también, aunque el imperio zarista se haya sostenido más que el de Bizancio, 1917 significó su revelación escatológica.

Vencido el Imperio, los trabajadores se reunieron en las asambleas (los “soviets”) para definir el futuro de un gobierno que establecería una jerarquización invertida (de abajo hacia arriba) a partir de estas asambleas que funcionaban como consejos populares para guiar la política estatal. En su primer discurso, Lenin abolió toda propiedad privada sobre las tierras. Poco después, se nacionalizaron los bancos y se abolió la pena de muerte; se redujo la jornada laboral y se proclamó a Rusia como un gobierno democrático. También se firmó la paz para salir de una guerra de la que el pueblo no se reconocía parte.

La Revolución Rusa marcó un cambio singular en la historia. A partir de entonces, el capitalismo en el mundo se comenzó a preocupar un poco por las necesidades de la clase obrera, se implementaron reducciones de jornadas laborales, se contemplaron las vacaciones. Se reconoció a la clase obrera como un conjunto de sujetos de derechos: a los ya otorgados (en algunas partes) derechos políticos, y a los estructurales derechos civiles, se le sumaron los derechos sociales que permitían pensar en un mundo con mayores chances de ascenso social. Se comenzó a implementar la “igualdad de oportunidades” como recurso retórico (y en algunos casos real) de la meritocracia como forma de validación de la libertad. Igualmente, la desigualdad siguió existiendo. La aparición de personajes como el “Che” (también escribí sobre él hace poco) lo confirman.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo de la Guerra Fría consolidó esta determinación “libertaria” de los pueblos. Se produjeron las “descolonizaciones” y se profundizó en el modelo democrático-meritocrático por excelencia. El mundo capitalista estudiaba las formas de organización comunistas como el sistema-mundo alternativo, y el marxismo se consolidaba como el único ideal decimonónico en mantenerse con vida. La caída de la Unión Soviética y el descubrimiento de los horrores del régimen stalinista terminarían de derrumbar el idealismo de la lucha de clases como el modelo a seguir para una mayor igualdad en la humanidad. Surgió entonces el neoliberalismo como modelo totalizante y globalizante en un nuevo espectro de la geopolítica económica mundial.

La última crisis del capitalismo (la que se desató entre el 2007 y el 2008) parecía inaugurar una nueva concepción del capitalismo, un resurgimiento del capitalismo estatal interventor propio del período entre guerras. Sin embargo, en los últimos años hemos atestiguado el renovado espíritu de la derecha latinoamericana de la mano del desconcertante apoyo popular que fluye acompañado por la posverdad.

Ante las innovaciones en materia de derecho laboral que se entrevén como posibles modificaciones a establecerse en un futuro cercano, pareciera que el peligro de la clase obrera como tal ha decantado. Los socios del capital se han comprometido nuevamente a su causa. La explotación de los trabajadores como único recurso para la solvencia de las naciones parece ser una realidad infranqueable. Hace unos años, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, había formulado que –ante la crisis- aquellos que más tenían eran los que tenían que aportar más. De ahí en más, la popularidad de Obama decayó insoslayablemente. Parafraseando a los sectores de la izquierda argentina: parece que la crisis la habrán de pagar los trabajadores.