Cuando “la grieta” bombardeó al pueblo

Mucho se habla, se ha hablado (y seguramente se hablará), de “la grieta”. Esa división entre los argentinos que, condenados a un ordenamiento binario de la realidad, se enfrentan constantemente entre dos visiones posibles de lo que es o debe ser nuestro país. No se discuten rasgos de argentinidad, aquí no es la idiosincrasia lo que está en juego, sino más bien un modelo de país. Una forma de entender qué es lo mejor para el común de los argentinos.

Estas dos miradas, supuestamente, deberían confluir en un mismo y destacable objetivo en común. El problema es que la absurda lógica binaria está asentada sobre una mirada excluyente de cómo debe ser la nación. Esta mirada, instaurada por Sarmiento en nuestro país se simboliza en la idea de “Civilización o Barbarie”. En esta lógica siempre un modelo excluye al otro, necesariamente. No hay lugar para las concesiones o la unidad, puesto que sólo podrá sobrevivir la verdadera imagen de patria cuando el impostor es recluido, expulsado, negado.

Para Sarmiento, se debía eliminar el elemento autóctono de nuestro territorio para dar lugar a la llegada de agentes civilizatorios que contribuyeran al progreso de una Argentina cuyas ínfulas la asimilaban a las grandes civilizaciones de la historia. Finalmente, como es sabido, el agente inmigrante otorgó su cuota en la concreción de una identidad argentina, mediada por un Estado muy presente que buscó su integración en el proyecto nacional.

Pasaría entonces medio siglo en el cual la clase obrera se resignificaría. Pasaría a ser un sujeto de derecho total. Las grandes victorias de los trabajadores durante el gobierno de Perón son sumamente conocidas, así como los estandartes instalados por el peronismo: la soberanía política, la justicia social y la independencia económica. Probablemente fue la intransigencia con la que se defendió estas banderas lo que provocó el fortalecimiento de aquellos que buscaban negociar con las potencias extranjeras.

A mediados del siglo XX, así como hoy, existió y existe gente que pretende favorecer ante todo sus intereses particulares sobre los de las mayorías. Aquellos defienden un “modelo de país” que nos vuelve a insertar en una división internacional del trabajo en la que siempre somos subalternos, dependientes de naciones extranjeras, el “granero” de fama internacional. El gobierno de Perón, con sus instituciones estatales (el IAPI, sobre todo) regulaba el comercio extranjero y la injerencia de estas potencias en nuestro país. Esto limitaba las negociaciones que ciertos empresarios (como Bunge & Born, por caso) podían realizar en su provecho.

Un 16 de junio de 1955, hace 62 años, los empresarios aliados a sectores del ejército (Fuerza Aérea y Armada Naval), con apoyo de la Iglesia Católica (otrora aliada al peronismo), forjaron una alianza con la intención de realizar un golpe cívico-militar: querían deponer al presidente electo por los argentinos bajo el argumento falaz de que Perón se había vuelto un tirano. Como pasa siempre que un sector interesado en sus negociados necesita el apoyo popular: miente para conseguir que algunos los sigan. Miente diciendo que el pueblo podría estar mejor, que podrían traer objetos de mayor calidad desde el extranjero, que podrían incrementar las victorias sociales de los últimos años. Los panfletos con todo tipo de promesas circulaban en las calles construyendo ese odio hacia “el otro” necesario para romper con un principio preponderante en el peronismo: “la patria ES el otro”.

Nadie imaginaba, igualmente, que la oposición al presidente sería tan fuerte como para ocasionar el horror que se dio aquel mediodía en Plaza de Mayo; una de las acciones más oprobiosas de nuestra historia, sin antecedentes en la historia de América Latina.

Ese día se realizaría un desfile aéreo por los destrozos incurridos en la Catedral pocos días antes. A Perón le habían informado que el desfile podía derivar en ataque, y el presidente se resguardó en el Ministerio de Guerra, cruzando Paseo Colón. Poco antes de las 13hs los aviones comenzaron a lanzar toneladas de explosivos. Al mismo tiempo, comandos civiles ocuparon Radio Mitre y anunciaron la muerte de Perón. Además, proclamaron a través de la radio que se había instaurado un nuevo gobierno con miembros de las Fuerzas Armadas, el radicalismo, el socialismo y los conservadores.

Muchos de los transeúntes miraron pasar los aviones y no lograron refugiarse a tiempo. Laura tenía 20 años, viajaba en un trolebús por la Avenida Paseo Colón y estaba próxima a casarse: perdió una pierna durante el bombardeo. Natividad tenía 18 años, se encontraba en Plaza de Mayo ese día porque iba a presentarse a un trabajo en la Obra Social de Comercio: cuando vio los aviones creyó que lanzarían flores, perdió una pierna a causa del Bombardeo. Justo y su hermano Ángel trabajaban en el Puerto de Buenos Aires; Justo fue herido durante el Bombardeo y atendido en la Asistencia Pública, al recuperarse, volvió a Plaza de Mayo y vio cuando se llevaban a su hermano Ángel herido en una camioneta. No volvió a verlo más. Hasta hoy no ha podido saber qué ha sido de él. Además de la tremenda cantidad de víctimas mortales, más de 600 heridos colapsaron los hospitales de la ciudad.

Las primeras bombas cayeron a pocos metros de la Pirámide. Sobre la Casa Rosada cayeron en total 29 bombas, aunque solo explotaron seis. De los 308 muertos contabilizados, sólo 12 estaban dentro de la casa de gobierno. El ataque de los golpistas fue casi en su totalidad contra el pueblo. El presidente Perón intentó llamar a la calma, a que todos se resguardaran en casa, pero la CGT salió a la calle a defender al gobierno de los trabajadores. Fueron asesinados a balazos por quienes decían querer defender al pueblo. Por quienes se asumían libertadores y querían “cambiar” el modelo de país por uno que supuestamente sería mejor para todos. 

La “grieta” que divide esos dos modelos a veces es insalvable. Sobre todo cuando de un lado se dispara con metralletas al pueblo, cuando se bombardea la plaza de la Revolución. Quienes intentaron en junio ponerle fin al gobierno de los trabajadores, terminaron refugiados en Uruguay. Algunos, luego, participarían del golpe del ’76 (Massera, Montes y Suárez Mason, por ejemplo). Juan Domingo Perón habló esa noche para todo el pueblo de la patria. Encomió al ejército que logró defender la Plaza, oprobió la actitud de la Marina y se indignó ante su actitud de que “haya tirado a mansalva contra el pueblo, como si su rabia no se descargase sobre nosotros, los soldados que tenemos la obligación de pelear, sino sobre los humildes ciudadanos”. Además, llamó a la calma: “no podremos dejar de lamentar, como no podremos reparar, la cantidad de muertos y heridos que la infamia de estos hombres ha desatado sobre nuestra tierra de argentinos”, pero “como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión”; “la lucha debe ser entre soldados, no quiero que muera otro hombre más del pueblo”.

El llamado a la tranquilidad de Perón, a dejar en manos de la ley a los traidores, contrasta fuertemente con el accionar de los golpistas que, finalmente, triunfaron tres meses después. Cuando aquellos golpistas lograron su cometido en septiembre, instauraron la autoproclamada “Revolución Libertadora” que poco tiempo después prohibiría el peronismo y todo lo asociado a él: libros, revistas, imágenes… el sólo hecho de mencionar a Perón podía ser motivo de encarcelación. La “grieta” se fue ensanchando. El levantamiento pro-peronista de 1956 en José León Suárez fue desarticulado y condenado a muerte por fusil. Rodolfo Walsh, en 1969, escribiría que “fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora”.

El gobierno militar de la “Revolución Libertadora” presentó a los victimarios del bombardeo como héroes de la democracia y la civilidad. Con complicidad de los medios masivos de comunicación, se editaron y usaron los noticieros y filmaciones del bombardeo para responsabilizar a Perón por la masacre. Ese fue el discurso oficial durante décadas. Muchas víctimas del atentado contra el pueblo ocultaron el motivo de sus lesiones; el discurso oficial fue así de poderoso. Se necesitaron 50 años para que las víctimas fueran reconocidas como tales. Recién el 16 de junio de 2005, cuando Néstor Kirchner era presidente, se realizó un reconocimiento a las víctimas del bombardeo y sus familiares.

Hoy contamos con un informe detallado, realizado por el Archivo Nacional de la Memoria; sabemos la cantidad de muertos y reconocemos a los culpables de tal atrocidad. Sin embargo, la “grieta” aún se erige como un fantasma, atormentando al pueblo soberano que no logra fortalecer sus conquistas a través de gobiernos que lo representen.

 

En 2016. El Espacio Memoria y Derechos Humanos (Ex-ESMA) realizó este GIF informativo