La democracia no se construye con silencios forzados ni con voces acalladas. Se fortalece en la diversidad de opiniones, en el debate abierto, en la crítica, en la posibilidad de acceder a toda la información para que cada ciudadano pueda forjar su propio juicio.
Cuando se restringe el trabajo de los periodistas, no solo se limita la tarea de un sector: se cercena el derecho de la sociedad a estar informada. Y sin información, no hay ciudadanía plena.
La Argentina atraviesa un momento de enorme fragilidad social y política. En ese contexto, toda decisión que limite la libertad de prensa no hace más que agravar la incertidumbre, debilitando los pilares elementales de una república que debe ser libre, plural, inclusiva e independiente.
La historia de nuestro país nos enseñó demasiado bien las consecuencias de callar voces. Y también nos enseñó que cada avance en materia de derechos se conquistó gracias a la valentía de quienes se animaron a decir lo que otros quisieron esconder.
Hoy más que nunca debemos defender un principio básico: el periodismo libre es un derecho del pueblo, no un privilegio de unos pocos. Porque sin periodismo no hay memoria, sin memoria no hay verdad, y sin verdad no hay justicia.