La historia de Ernesto “Che” Guevara es conocida mundialmente. Argentino, de Rosario, nació en 1928 y batalló junto a Fidel Castro en la Revolución Cubana de 1959. Tenía tan solo 29 años cuando lideró y triunfó en la batalla de Santa Clara, la que abriría el rumbo a la derrota del dictador Fulgencio Batista.
El “Che” vivió poco en Rosario, al poco tiempo su familia se mudó a Córdoba y luego, en su adolescencia, a Buenos Aires. En la capital, Ernesto vivió en Recoleta (en la casa de su difunta abuela) y jugó al rugby mientras estudiaba medicina en la UBA. Su experiencia de vida hasta ese entonces dista del imaginario popular que se ha forjado a partir de su experiencia ligada al comunismo. Asimismo, el Che supo estar siempre ligado a la lectura de la filosofía y la psicología, aún luego de completar la carrera y trabajar como asistente clínico.
Cuando en 1950 comenzó a recorrer Latinoamérica, encontró un mundo distinto al que conocía, sumido en la precariedad y en la desigualdad. En 1954, viviendo en México, definió su postura marxista-leninista e integró el cuadro formado por Fidel Castro para derrocar a Batista. Se vivía en un mundo marcado por la “Guerra Fría” en la que el capitalismo y el comunismo, protagonizados por la Unión Soviética y los Estados Unidos, se disputaban el dominio del sistema-mundo.
“Es imposible ser comunista socialmente, sin serlo filosóficamente”, escribió el Che en uno de sus cuadernos.
Años después de la Revolución Cubana, cuando se desconocía su paradero, la CIA inició su búsqueda con el pedido de su detención y desaparición. Una orden que nos puede tocar los más hondos horrores de nuestra propia historia. El Che regresó a Cuba para, con el aval de Fidel, ayudar a los ejércitos revolucionarios latinoamericanos en la guerra guerrillera contra la intervención imperialista norteamericana y la imposición del control neoliberal. En Bolivia, fue detenido y llevado a la Higuera, donde fue fusilado a las 13.10 del día 9 de octubre de 1967. No tenía aún 40 años. Hoy conmemoramos los 50 años de su muerte.
Ernesto Guevara fue un hombre coherente que siguió sus ideas siempre con determinación. Ser comunista no podía significar solamente una idea utópica; ser comunista implicaba una convicción de sus ideas que lo llevó indefectiblemente a la acción. Para el Che, ser guerrillero era forjar un vínculo inseparable con la reforma agraria; ese era su objetivo en la revolución cubana. En 1956 fue la primera travesía en Cuba, que terminó en fracaso. Tres años después, el gobierno revolucionario lograría imponer la reforma agraria.
Tras la Revolución, el Che formó parte del gobierno en numerosos cargos hasta 1965. En 1960 visitó la URSS, China (donde se reunió con Mao Zedong) y la Alemania democrática; allí logró que la Unión Soviética se comprometiese a comprar la zafra cubana. Los comentarios de los embajadores siempre dieron cuenta del ejemplo de conducta y convicción que fue el Che.
En 1965, convencido de que había que llevar la revolución al resto del mundo, el Che se dispuso a ayudar al Congo belga en su resistencia al régimen imperialista. En la carta que escribió a Fidel anunciándole su renuncia a los cargos en el Estado cubano, firmó con una frase que lo acompañaría por toda la historia aún después de su muerte: “Hasta la victoria siempre”. Una frase que resume inmejorablemente su relación con la revolución.