Había una vez un club. Y como él muchos más. Por lo menos, uno en cada barrio porteño. También nacieron en las ciudades del Gran Buenos Aires, y en las de todo el país.
Fue un fenómeno paralelo al crecimiento de las metrópolis. Y la profesionalización del fútbol, en los 30, no fue ajena a su expansión. En las esquinas de todas las ciudades se fundaba a diario un club sin sede, impulsado generalmente por chicos que acunaban el sueño del pibe, de entreverarse en las ligas mayores del “football”. Y aunque sólo algunos llegaron a hacer realidad sus ilusiones, la gran mayoría de los que lograron constituirse en clubes con todas las de la ley pasaron a funcionar como verdaderos ejes vertebradores de la vida social en sus barrios, multiplicando sus actividades deportivas, recreativas y culturales.
La era dorada de los clubes de barrio coincidió con el crecimiento del Estado de Bienestar propio de las décadas del 50 al 70, y si bien los clubes no estaban directamente vinculados con el Estado, cumplían de nexo entre este y la familia. Actuaban como verdaderas organizaciones libres del pueblo, de las que nos hablaba el general Perón.
Pero como en los cuentos, el brillo de las bombitas de colores de los tiempos de esplendor se fue opacando, como si un hechizo los hubiera condenado a un inexorable proceso de decadencia. A fines de los 90, cambiaron los paradigmas, comenzó un importante éxodo urbano hacia nuevas zonas y espacios de viviendas: los countries y barrios cerrados. Los guetos de los ricos.
Así y todo, los clubes de barrio en gran número lograron sobrevivir, y si lo hicieron fue porque en ellos seguía palpitando el alma popular de las barriadas. Y como nada es casual, en los últimos años, en coincidencia con la reaparición de un Estado activo, también se han multiplicado los asistentes a los clubes de barrio, que hoy cuentan con programas de apoyo para afianzar su sustentabilidad.
Todo lo que hagamos por la recuperación y el fortalecimiento de los clubes de barrio lo estaremos haciendo por nosotros mismos como sociedad. Y, sobre todo, por los más chicos, por los pibes de los sectores más vulnerables, para que encuentren espacios reales de inclusión en una Argentina que los necesita para construir un futuro mejor para todos.