La vida le ganó a la muerte

La noticia de su repentina muerte paralizó al país. Néstor Kirchner fue un hombre temperamental y apasionado, de férreas convicciones y con más de treinta años de militancia política en las filas del peronismo. Asumió la presidencia del país en las peores circunstancias de que se tenga memoria.

Para la mayoría de los argentinos, el nuevo presidente era casi un desconocido, y al decir de los clarividentes amanuenses del poder, como Mariano Grondona, José Claudio Escribano y Joaquín Morales Solá, alguien sin chances de sobrevivir más que un par de meses. Sin embargo, no sólo completó sus cuatro años, sino que lo hizo alcanzando inéditos índices de aceptación popular. Durante su mandato, la Argentina había salido del infierno, se había puesto de nuevo en marcha, había vuelto a creer en la justicia y a revalorizar los derechos humanos, había comenzado a reconstruir su tejido productivo y a generar nuevas fuentes de trabajo genuino para revertir los gigantescos índices de desocupación y marginación que había dejado el estallido del modelo neoliberal que imperó en el país entre 1976 y 2001.
Cuando a Néstor Kirchner le tocó negociar con los acreedores la deuda externa, lo hizo con una fortaleza que sorprendió a propios y extraños, logrando un éxito extraordinario. Y por si fuera poco, rompió con la enfermiza tutela del FMI, cometiendo para los popes del liberalismo local e internacional una verdadera herejía. Sin embargo, la Argentina siguió andando, y mejor que antes. Pudo haber aspirado a la reelección, pero prefirió que fuera su compañera de toda la vida quien encabezara la segunda etapa del proyecto de nación que juntos habían iniciado en 2003 y que consistía en dotar al país de mayor calidad institucional.

Apenas cuatro meses después de la asunción de Cristina, asistimos a un intento golpista de los sectores concentrados de la economía, encabezados por el “el campo” y los monopolios de la comunicación. La ofensiva fracasó pero dejó huellas profundas. La más dura, la derrota electoral en 2009.

Sin embargo, la Presidenta demostró una fortaleza y una capacidad excepcionales y a base de coraje y políticas de Estado reencauzó el rumbo de los acontecimientos. El país del Bicentenario fue la indiscutible demostración.
Pero la entrega sin límites de Néstor Kirchner para sostener y apuntalar al Gobierno en los momentos más críticos fue demasiado fuerte para su enorme pero debilitado corazón. Vio, entonces, que el proyecto estaba más fuerte que nunca y en las mejores manos. Vio que Cristina contaba con un pueblo para defenderla y, sobre todo, con la juventud que había florecido para que una vez más la vida le ganara a la muerte en nuestro país. Fue entonces que, como había hecho tantas veces, se zambulló en el pueblo. Esta vez para siempre.

Columna publicada en la revista Caras y Caretas del mes de octubre de 2011.

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