Poco más de un año había pasado desde que Videla y sus secuaces se habían instaurado en los más altos cargos del país, imponiendo una dictadura que acallaría las calles y las bañaría de sangre. Fue un 30 de abril (pero de 1977) cuando catorce mujeres desesperadas que no sabían dónde estaban sus hijos y nietos decidieron acercarse a la Plaza de Mayo para que las escucharan.
La dictadura tenía prohibido la reunión de tres o más personas en un mismo lugar. Madres y abuelas decidieron iniciar su ronda alrededor de la pirámide; al estar “en tránsito”, no se las podía acusar de reunión.
El régimen militar intentó descalificar el reclamo. Se refirió al grupo de mujeres como las “locas” de la Plaza para desestimar la lucha de estas mujeres contra la represión y la tortura, el asesinato y la desaparición deliberada de la juventud militante.
Sin embargo, la práctica siguió vigente: jueves a jueves las madres y abuelas se reunían en Plaza de Mayo y rodeaban la pirámide en signo de reclamo. Corría el año 1977, mientras la policía se encargaba de secuestrar, torturar y asesinar a los que ellos reconocían como subversivos, el Estado Nacional promocionaba al país como “libre y democrático”. El EAM78 organizaba el Mundial de Fútbol en Argentina y otorgaba créditos a los empresarios para recibir al público del gran evento internacional (así se construyó el Hotel Bauen).
A fines de ese año secuestraron a tres de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo: María Ponce, Azucena Villaflor y Esther Ballestrino. Junto a ellas, Alfredo Astiz (a cargo del grupo de tareas que llevó a cabo el secuestro) raptó a otras 9 integrantes de Madres y a dos monjas francesas en la Iglesia Santa Cruz, del barrio de San Cristobal. Sería el primer intento por silenciar un movimiento que mucho ha dado a los reclamos de Derechos Humanos.
En este día abrazemos con el alma a nuestras madres y abuelas, las de todos los argentinos.
Tras el coraje de las Madres y Abuelas, otras organizaciones comenzaron a levantar su voz en reclamos al régimen militar. El mensaje que nos han dejado es inconmensurable: nos han enseñado a que debemos enfrentarnos a lo que más tememos; nos han enseñado que nada puede más que el amor de una madre, de una abuela. El reclamo, aún hoy vigente, sigue llegando al corazón de miles de argentinos que reconocen en la ronda de los jueves la más grande lucha por la verdad y la justicia.
Por eso, en este día, abrazamos con el alma a nuestras madres y abuelas, las de todos los argentinos. Las que nos mostraron el camino de la paz para combatir el horror y siguen hoy mostrándose eternas.