En Argentina, las mujeres ganan en promedio un 26% menos que los varones. En el trabajo no registrado, esta cifra alcanza el 35%. La brecha salarial de género también existe a escala global: las mujeres ganan un 20% menos que los varones, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Sin embargo, en nuestro país no sólo la brecha es mayor, sino que aumentó de 23,5% en 2017 hasta el 26% actual.
Frente a este escenario aparecen dos preguntas insoslayables. En primer lugar, la inquietud por las causas: ¿Por qué las mujeres tienen ingresos promedio menores que los varones? Y, por otro lado, la pregunta por las soluciones: ¿Qué hacer para lograr la paridad en el mundo del trabajo?
En cuanto a las razones, tres destacan por sobre las demás. La existencia de ramas de actividades “feminizadas” y “masculinizadas”; la presencia de “techos de cristal” que impiden que las mujeres accedan a cargos de jerarquía; y la realización, por parte de las mujeres, de tareas domésticas no remuneradas, lo que redunda en una menor cantidad de horas pagas trabajadas.
En cuanto a lo primero, existen considerables asimetrías de representación en los distintos sectores de la economía. Los varones son mayoría en la construcción, la minería, las manufacturas y el transporte, donde los riesgos de accidentes y exposición a tóxicos son altos, y en consecuencia son los que más litigan en el sistema de riesgos laborales. Las mujeres, en cambio, están sobrerrepresentadas en el sector de servicios, especialmente en limpieza, salud y educación, lo que en muchos casos implica una prolongación de las tareas que se les asignan tradicionalmente, como el cuidado de las personas, la provisión de alimentos y las tareas domésticas. Esto se explica porque las tareas asociadas a la fuerza y a la racionalidad técnica son socialmente atribuidas a los varones, y las tareas vinculadas al cuidado y a la emocionalidad, a las mujeres, como si esto surgiera naturalmente de una condición biológica. La OIT ha denunciado incluso que las plataformas de búsqueda de trabajo en línea presentan sesgos de género para ciertos puestos. Frente a esto, la respuesta es dislocar los roles de género asignados a través de la educación, en todos sus niveles. Por ejemplo, no dividir a los niños de las niñas en las clases de Educación Física en la escuela, como se hace en Francia, Suecia, o Noruega. Esto permite a las mujeres desarrollar también su fuerza y destreza física, y a éstos considerarlas como pares. Así lo propone el diseño curricular para Educación Primaria de la provincia de Buenos Aires. Allí se promueve la integración de los géneros en las actividades de Educación Física para superar los estereotipos y garantizar la igualdad de derechos y oportunidades. Con un espíritu similar, en UMET organizamos las Jornadas de Asuntos de Género, donde buscamos preguntarnos por estos estereotipos a la hora de la elección de carreras o áreas de especialidad dentro de ellas.
En segundo término, la brecha salarial de género se explica también porque las mujeres son relegadas a los escalafones más bajos de sus lugares de trabajo. En la categoría de jefes y jefas hay un 73% de participación de varones contra sólo un 27% de mujeres. Se trata de uno de los factores que contribuyen a la feminización de la pobreza y se explica por la tercera y principal razón que ubica a las mujeres debajo de los varones: ellas, en promedio, cuentan con 10 horas menos por semana para destinar al trabajo remunerado que los varones, por ocuparse de las tareas domésticas y de cuidado. Frente a este escenario, la OIT señala, en su último informe: “Mientras que en muchos países se fomenta que las mujeres entren en los ámbitos dominados por los hombres, rara vez se alienta a los hombres a hacer trabajos considerados tradicionalmente femeninos”, y recomienda en esta línea un régimen de licencias por maternidad/paternidad más equitativo, donde los varones asuman su corresponsabilidad en las tareas de cuidado. Las sociedades que implementaron este tipo de medidas incrementaron no sólo su paridad sino también su PBI total, ya que las mujeres comenzaron a generar más ingresos.
La paridad, entonces, entraña beneficios sociales y económicos de los cuales la Argentina no tiene por qué privarse. Y es una responsabilidad que todas las personas que tenemos un rol parental, y más aún uno político, no debemos dejar de lado.