El 13 de diciembre de 1973, Perón pronunció un discurso en la Confederación General del Trabajo. Había sido elegido como presidente por tercera vez, refrendado en las calles innumerables veces y recuperado del exilio para el pueblo trabajador después de 18 años.
En ese entonces, el presidente Perón recordó una anécdota muy actual:
Recuerdo una reunión que me causó mucha gracia, de la que no me voy a olvidar. Un industrial decía que los trabajadores querían ganar cada día más. Yo lo miré y le dije: “¿Usted no?”
Puertas adentro de la CGT, transmitido por cadena nacional, el presidente se paró frente a los representantes de los trabajadores y ante todo el país para recordarles que, al iniciarse el camino del justicialismo por nuestro país, ni siquiera los alfileres “que empleaban nuestras modistas en Buenos Aires se fabricaban en el país; todo venia del exterior”. La industria argentina se impulsó verdaderamente con el peronismo, con el sueño de construir una verdadera nación soberana, independiente económicamente y propulsora de la justicia social.
Como escribí anteriormente, el peronismo –siempre vinculado a las necesidades del trabajador- forjó el Estatuto del Peón, reivindicó al trabajador desde las labores más marginales hasta los empleos más prósperos. Hacia 1955, recordaba en aquel discurso, la ganancia del país se distribuía casi 50-50 entre patrones y empleados. Es cierto que los convenios generales y el salario mínimo no pudo ser pagado siempre por las fábricas, en algunos casos se establecían sueldos menores para que no cierren las fábricas, pero no mucho menores.
En su discurso de 1973, Perón se sorprendía de la Argentina que encontró, en contraste con la que abandonó exigido por las armas en 1955. La deuda con las potencias extranjeras implicaba un ajuste necesario, pero nunca a coste total de los trabajadores. Solo seis meses llevaba Perón en el gobierno y ya la moneda había recuperado un 40% de su valor adquisitivo.
Los proyectos desarrollistas que se impulsaron desde la proscripción del peronismo propugnaron por un modelo que, sin llegar a ser neoliberal, propiciaba cierto consuelo a los empresarios que querían disputarse el destino nacional, a la vez que proponía una predilección por la dependencia a Norteamérica y Europa.
El regreso de Perón en 1973 no pudo hacer mucho por cambiar el rumbo; un acuerdo entre obreros y empleadores imponía el comienzo de un acuerdo entre clases, propuesta fundamental del peronismo; pero la muerte del líder aceleró la escalada neoliberal que vio en sus representantes a los asesinos de toda una generación. La incursión en el neoliberalismo inició allí y la seguimos pagando, ahora con su vuelta en formato democracia. Qué bien nos hace recordar, entonces, aquel discurso en la CGT por un sabio Perón en lo que serían sus últimos meses.
Pero el amor es más fuerte
A casi dos años de haberse conocido, Perón y Eva Duarte contrajeron matrimonio en Junín el 22 de octubre de 1945. Fue poco después de haber estado preso y custodiado en la isla de Martín García. Estando preso, Perón había tomado la decisión de retirarse con su mujer en la Patagonia; de hecho, poco antes de su encarcelamiento le habría afirmado a Domingo Mercante que en cuanto le dieran el retiro, “me caso y me voy al diablo”. Desde la isla escribió a Evita:
“He escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro, en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos”
La decisión de casarse con una actriz fue, para él, el primer acto revolucionario del justicialismo. Un oficial del ejército en evidente ascenso casado con una artista no era la mejor imagen para una institución conservadora por definición como lo es el ejército.
La carta a Eva era del 14 de octubre, poco tiempo después iniciaron las manifestaciones exigiendo su liberación. Como escribí ya una vez, el pueblo lo defendió en las calles, donde luego lo confirmaría y reafirmaría. Después del 17 de octubre, la realidad de Juan Domingo Perón ya no sería la misma. De todas maneras, su implicancia en el ejército y su futuro político no le hicieron torcer su deseo. Tan sólo cinco días después de la manifestación masiva en Plaza de Mayo, los novios dieron el sí ante el Estado, en Junín, el 22 de octubre de 1945.
La confirmación ante los ojos de Dios estaba pautada para el 29 de noviembre, pero la multitud que acudió al evento fue tal que los novios huyeron sin entrar a la capilla. Finalmente, el 10 de diciembre de 1945, hace 72 años, Juan Domingo y María Eva se casaron en la Iglesia San Francisco de Asís de la Ciudad de La Plata.
El casamiento por Iglesia fue en secreto, en compañía de la familia y los más cercanos. Luego, se retiraron a San Vicente por unos días. La relación que forjaron desde el primer día fue prodigiosa: se conocieron en enero de 1944 y no llegaron a los dos años para casarse y construir el matrimonio que más ha influido en la retórica y política nacional desde entonces y hasta hoy.
El amor le ganó al odio. Apareció la nieta 126
Siento una verdadera admiración por el trabajo de Abuelas. El encuentro entre la nieta recuperada y su abuela es motivo de celebración entusiasta. Adriana, la nieta 126, reconoció que está feliz, plena: “No solamente es una ficha, se armó todo el rompecabezas. Se me completó la vida”.
Sus palabras nos llenan el alma. La lucha por la memoria, la verdad y la justicia es, también, la lucha por la identidad. Por completar el rompecabezas que nos define como seres humanos. Como seres sociables, pertenecientes en principio a un núcleo familiar y –a gran escala- a una sociedad determinada, construimos nuestra identidad a medida que nos comunicamos con otros. Pero a veces cuesta completar el cuadro. Adriana, a sus 40 años, conoció a su abuela y se le terminó de armar la imagen, el todo.
“Tengo una Abuela, no lo puedo creer, con 40 años tengo una abuela y ayer pude hablar con ella. Es una genia, ya la quiero. Se nota que es hermosa por fuera y por dentro” -dijo Adriana en la conferencia de prensa (hoy)- “Esta vez no pudieron. El amor le ganó al odio”.
Ella es la hija de Edgardo Garnier (secuestrado el 8 de febrero de 1977) y Violeta Graciela Ortonali (secuestrada el 14 de diciembre de 1976). Cuando Violeta fue secuestrada, llevaba 8 meses de embarazo. Su abuela, Blanca Díaz de Garnier, nunca dejó de buscarla, sabía que había nacido en enero de 1977.
Compartimos la felicidad con Adriana, transmitiendo sus palabras: “pasé de ser abandonada, vendida, regalada, no deseada y de vivir con eso, a sentir que fui querida, deseada, buscada y que tengo una familia hermosa”.


Desigualdad y racismo en el país de la Libertad
Hoy que el discurso del neoliberalismo vuelve a poner en el podio a las naciones europeas y a la “gran nación norteamericana”, es bueno recordar que hace no mucho más de 60 años, a buena parte de la población de la nación libre por antonomasia le eran negados los derechos civiles.
Mientras que aquí en Argentina la Revolución Libertadora derogaba la constitución peronista pero mantenía los derechos civiles, políticos y sociales de todos los argentinos en el famoso artículo 14bis, en EE.UU. se discutía aún si los afroamericanos debían tener los mismos derechos que el resto de la población.
Los autobuses mantenían, en ese entonces, a los de “raza negra” separados de los de “raza blanca”. Los negros solo podían sentarse en los últimos asientos del móvil; de hecho, debían subir por delante para pagar, bajarse luego y subir por detrás para ocupar su asiento. Si la mitad de los blancos estaba llena, la primera fila de negros debía levantarse y correrse para que los blancos se sentaran. No podían compartir asiento un negro y un blanco.

En ese contexto, el 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks se negó a dejarle su asiento en un colectivo de Alabama a un blanco. Y no se dejó persuadir por el chofer, también afroamericano; por lo que fue arrestada.
Tras el incidente, se inició un boicot al transporte público. Los taxistas negros ofrecían tarifa reducida para conducirlos al trabajo y muchos otros tomaron bicicletas o caminaron. El boicot fue un éxito, repercutiendo fuertemente en los ingresos de los autobuses. La lucha duró hasta diciembre de 1956, cuando la Corte Suprema declaró inconstitucionales las leyes de segregación racial en autobuses.
El caso de Rosa Parks es reconocido como el primer paso en la lucha por la igualdad de los derechos entre negros y blancos en Estados Unidos, algo que se logró recién con las leyes de derechos civiles y de derecho al voto (de 1964 y 65, respectivamente), unos años antes del asesinato del mayor líder del movimiento; Martin Luther King.
La creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión
Cuando Perón llegó al Departamento Nacional del Trabajo (DNT), en 1943, el Departamento estaba en plena renovación. El coronel Giani intentaba fomentar a partir de él una instancia de negociación entre sindicatos y patronales mientras les prohibía a los sindicatos la actividad política a partir del Decreto 2669. El DNT, en aquel entonces, era conocido por ser el lugar donde caían los funcionarios que debían ser olvidados.
El sindicato de la Unión Ferroviaria, donde uno de los dirigentes era hermano de Domingo Mercante, fue el primero en solicitar que se creara un Ministerio del Trabajo, la argumentación se cimentaba sobre la base de que el DNT dependía del Ministerio del Interior, un Ministerio netamente político, y a los obreros se les había negado la política con el mencionado decreto.
Perón, acompañando a Mercante, comenzó a acercarse a las reuniones de los dirigentes sindicales y logró acuerdos salariales que marcarían el camino de quien luego sería tres veces presidente de la Nación.
Tras alcanzar la dirección del DNT (en octubre de 1943, como escribí acá), Perón derogó el decreto 2669 e implementó una nueva dirección al Departamento. Muy poco tiempo después, lograría la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión (STyP), el 26 de noviembre de 1943, en la cual nuclearía diversas áreas como la Cámara de Alquileres, las Secciones de Higiene Industrial y Social de las Leyes de Previsión Social de la Dirección Nacional de Salud Pública y Asistencia Social, la Comisión Asesora para la Vivienda Popular y la Junta Nacional para combatir la Desocupación.
El ponderamiento de los trabajadores que realizó la STyP promovió tal confianza a los trabajadores de todo el país que, en 1945, se movilizaron por propia causa ante la detención de Perón. Si bien esa es otra historia (algo escribí aquí), la creación de la STyP fue otro paso hacia la conquista de la dignidad por parte de la clase trabajadora de nuestro país.
Cuando el peronismo hizo gratuita la universidad
En pleno auge de lo que los intelectuales llaman la “posverdad”, vivimos en una Argentina donde se cuestiona muy poco algunas menciones poco felices acerca del número de universidades que hay en nuestro país. Nuestro presidente se ha encargado ya más de una vez de mostrar cómo la educación es un gasto para el Estado y que, bajo la órbita ideológica del gobierno actual, los gastos hay que reducirlos.
Pensar la universidad (la educación en general) como un gasto para el Estado es similar a pensar que el dinero del pueblo es un ingreso que llega al gobierno como pago por sus servicios. El Estado es el pueblo, es garante de la soberanía política y de la justicia social. El Estado debe garantizar que el dinero de los contribuyentes (los miembros del pueblo, los habitantes de la nación, el ciudadano argentino) se utilice en beneficio de ellos mismos.
No hay necesidad de involucrar largas argumentaciones acerca de teoría política. El Estado existe para proteger al pueblo, los representantes elegidos se ocupan de ello. El Estado es representación del pueblo; sino, no es nada.
En este sentido, es bueno recordar que mucho tiempo atrás, se debía pagar para estudiar. La cultura estaba restringida; solo era accesible a ellos que tenían el dinero para sustentarlo. La Reforma Universitaria de 1918, aquel manifiesto de los estudiantes cordobeses que bregó por el libre acceso a una educación libre y laica, inició el camino hacia una Universidad que albergase a todos y todas, a aquellos que deseasen estudiar, que buscaran el ascenso social que la Universidad otorga. A todos y todas los y las que buscaban en los estudios el acervo cultural que no tenían en su ambiente más inmediato. Pero no fue hasta 1949 que las universidades dejaron de ser pagas.
Fue un 22 de noviembre de 1949 cuando Perón firmó el decreto 29.337 que suspendió el cobro de aranceles. El texto del decreto planteaba que “el engrandecimiento y auténtico progreso de un pueblo estriba en gran parte en el grado de cultura que alcance cada uno de los miembros que lo componen”. De esta manera, aquellos que continúan discutiendo al peronismo desde el popularmente antipopular dicho de “alpargatas sí, libros no” pueden encontrar en este decreto su refutación más absoluta.
La acción estatal del peronismo sobre la educación del pueblo excede, igualmente, a un decreto. Aparte de la creación de la Universidad Obrera Nacional (UON, cómo se puede leer aquí), el segundo gobierno de Perón normalizó la carrera docente y le otorgó un estatuto a la vez que se constituyó el Ministerio de Educación (sobre lo que antes fuera el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública).
El decreto que firmó Perón explicaba, también, “que una forma racional de propender al alcance de los fines expresados es el establecimiento de la enseñanza universitaria gratuita para todos los jóvenes que anhelen instruirse para el bien del país”. En contraste; mientras el peronismo propuso siempre las mayores garantías para los estudiantes de todo el país, hoy se discute la cantidad de universidades que permiten el acceso a la cultura a miles.
Vuelta de Obligado: una batalla por la independencia económica
Desde este espacio he intentado recalar más de una vez en las tres grandes banderas del peronismo: la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica. No quería perder esta oportunidad de reflexionar sobre la batalla de la Vuelta de Obligado, el combate celebrado el 20 de noviembre de 1845 y por el cual hoy se festeja el día de la Soberanía Nacional.
En aquel entonces, las potencias europeas se proponían ingresar al territorio nacional, ultrajando la autoridad del Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, quien estaba al mando de las relaciones exteriores de las provincias que integraban la Confederación. Las fuerzas francesas e inglesas pretendían ingresar al territorio argentino, navegando a través del río Paraná para comerciar libremente con Santa Fe y Entre Ríos, socavando de esta manera las leyes soberanas de nuestro país.

El General Lucio Norberto Mansilla fue el encargado de preparar la estrategia para frenar los buques de la más alta tecnología de la época. El fuerte de la resistencia se estableció en el recodo de la Vuelta de Obligado, donde se plantaron tres cadenas gruesas sobre 24 lanchones -de costa a costa- que impidieron el paso a la ingente flota de los invasores.
La defensa argentina estaba seriamente en inferiores condiciones, pero mantuvo su férrea defensa a través de su inteligente estrategia un largo tiempo. Al acabar las municiones, intentaron defender las cadenas lo más que pudieron. Finalmente, la invasión anglo-francesa logró quitar las cadenas y avanzar, pero el esfuerzo militar y el renovado clamor nacional y popular dejó estéril la intención europea de burlar la Independencia Económica de nuestro país.
Aún después de la derrota, la estrategia militar y el resultado posterior fueron vitoreados por los defensores de la patria grande latinoamericana. El propio San Martín escribió, sobre la batalla, que ante tal proceder “no nos queda otro partido que el de no mirar el porvenir y cumplir con el deber de hombres libres sea cual fuere la suerte que nos depare el destino”.
Aunque ganaron la batalla, ingleses y franceses reconocieron la navegación del río Paraná como una navegación interna de la Confederación Argentina, sujeta a sus leyes. Por eso, es menester recordar una fecha en la que el pueblo se unió en sus diferencias para luchar ante el avance europeo y defendió la Independencia Económica. Desde el 2015, el 20 de noviembre es feriado nacional porque nos recuerda una fecha verdaderamente patria.
El día del militante
Así como el 17 de octubre el peronismo celebra el día de la Lealtad, recordando la masiva convocatoria a la Plaza de Mayo en nombre de Perón; el 17 de noviembre se conmemora el día del militante. Fue en esa fecha, en el año 72, cuando Juan Domingo Perón retornó al país (por unos días) luego de que la dictadura autoproclamada Revolución Libertadora lo hubiese condenado al exilio.
Mucho pasó antes de que Perón pudiese volver. Mucha militancia, muchos militantes activos políticamente en una argentina donde la “militancia” y la “política” fueron volviéndose malas palabras poco a poco.
Primero vino la proscripción del peronismo, en 1956, cuando Aramburu decretó que cualquier alusión al peronismo o sus familiares era motivo de detención policial. El decreto continuó efectivo durante los gobiernos constitucionales de Frondizi e Illia. Onganía, luego, suspendería toda actividad política en nombre de la “Revolución Argentina”, que habría de poner los objetivos económicos por encima de los políticos.
El objetivo del Onganiato no prosperó, su intención de la disolución de la política coadyuvó al fomento de la imposición del “Luche y vuelve”. La consigna de la militancia peronista se instaló y promovió el regreso del General, quien llegaría acompañado de una ingente delegación desde Roma, el 17 de noviembre de 1972.
La foto de Rucci sosteniéndole el paraguas bajo la lluvia se volvió una marca histórica de aquella llegada que le permitió sentar personalmente las bases de su posterior y definitivo regreso. Lanusse, quien en una estrategia conciliatoria pretendía convertirse en presidente constitucional, no esperaba una victoria tan abultada de quien se convertiría luego en presidente de la Argentina por tercera vez.
Este día es un día de festejo y memoria, nos debe ayudar a recordar que la actividad política es necesaria en un pueblo que quiere dar a entender sus ideas, motivaciones y expectativas ante un gobierno que se erige como su garante. Ante el descontento del pueblo, la acción no debe darse solo en las urnas; la soberanía política debe ser reclamada desde el pueblo, siempre, para imponer su voluntad.
100 años de la Revolución Rusa
Hace tan solo 100 años, un siglo nada más, se vivía en Rusia un acontecimiento de esos que marcan el futuro de todo el mundo. En medio de una crisis total del imperio ruso zarista, agudizada por el ingreso de Rusia a la Guerra Mundial (en un intento de “entrar al mundo”, como se dice hoy, para conseguir aliados poderosos) y su consecuente derrotero de muertes innumerables, los trabajadores y campesinos de la gigante nación euroasiática iniciaron un cambio de rumbo en el historia de la humanidad.
Se trató de una Revolución que se cimentaba, sobre todo, en ideas que Karl Marx había publicado 50 años antes (como escribí hace poco) en su libro Das Kapital (“El Capital”). Acuciados por una autocracia que hacía gala de la desigualdad como modelo básico opresor, las manifestaciones iniciadas en 1905 sucumbieron con la caída del Zar cuando, en febrero de 1917, la hambruna y el estancamiento de la economía producidas por la guerra fueron repudiadas por incontables huelgas en todo el territorio. El 2 de marzo (según el calendario Juliano) Nicolás II de Rusia, abdicó al trono. El gobierno provisional que ocupó la dirección del gobierno no pudo, igualmente, sostener la crisis estructural de un gobierno con reminiscencia feudal y con una producción industrial sumamente atrasada con respecto a las potencias europeas. La “Revolución de Octubre” del 7 de noviembre de 1917 llevaría al poder a Lenin, quien abriría paso al gobierno socialista.
La referencia a Octubre para la revolución alude al calendario Juliano (introducido por Julio César en la antigua Roma, hacia el siglo I a.C.) que aún se utilizaba en Rusia en aquel entonces; por tal motivo, los hechos revolucionarios ocurrieron un 25 de octubre. Pero el apelativo de “octubre” no es lo único que dejaron los romanos a la Revolución Rusa. Junto con el calendario, el título de Zar provenía del título imperial romano: el de “Caesar” (pronunciado “Káesar”). Así como los alemanes tomaron el título para su “Kaiser”, los rusos hicieron lo propio. Además, caída Roma y -luego- Constantinopla (anteriormente Bizancio, capital del Imperio Bizantino), Moscú se convirtió en la “Tercera Roma”; en la heredera del Imperio Romano. El título, quizás, sea más válido por su carácter apocalíptico: Moscú caería también, aunque el imperio zarista se haya sostenido más que el de Bizancio, 1917 significó su revelación escatológica.
Vencido el Imperio, los trabajadores se reunieron en las asambleas (los “soviets”) para definir el futuro de un gobierno que establecería una jerarquización invertida (de abajo hacia arriba) a partir de estas asambleas que funcionaban como consejos populares para guiar la política estatal. En su primer discurso, Lenin abolió toda propiedad privada sobre las tierras. Poco después, se nacionalizaron los bancos y se abolió la pena de muerte; se redujo la jornada laboral y se proclamó a Rusia como un gobierno democrático. También se firmó la paz para salir de una guerra de la que el pueblo no se reconocía parte.
La Revolución Rusa marcó un cambio singular en la historia. A partir de entonces, el capitalismo en el mundo se comenzó a preocupar un poco por las necesidades de la clase obrera, se implementaron reducciones de jornadas laborales, se contemplaron las vacaciones. Se reconoció a la clase obrera como un conjunto de sujetos de derechos: a los ya otorgados (en algunas partes) derechos políticos, y a los estructurales derechos civiles, se le sumaron los derechos sociales que permitían pensar en un mundo con mayores chances de ascenso social. Se comenzó a implementar la “igualdad de oportunidades” como recurso retórico (y en algunos casos real) de la meritocracia como forma de validación de la libertad. Igualmente, la desigualdad siguió existiendo. La aparición de personajes como el “Che” (también escribí sobre él hace poco) lo confirman.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo de la Guerra Fría consolidó esta determinación “libertaria” de los pueblos. Se produjeron las “descolonizaciones” y se profundizó en el modelo democrático-meritocrático por excelencia. El mundo capitalista estudiaba las formas de organización comunistas como el sistema-mundo alternativo, y el marxismo se consolidaba como el único ideal decimonónico en mantenerse con vida. La caída de la Unión Soviética y el descubrimiento de los horrores del régimen stalinista terminarían de derrumbar el idealismo de la lucha de clases como el modelo a seguir para una mayor igualdad en la humanidad. Surgió entonces el neoliberalismo como modelo totalizante y globalizante en un nuevo espectro de la geopolítica económica mundial.
La última crisis del capitalismo (la que se desató entre el 2007 y el 2008) parecía inaugurar una nueva concepción del capitalismo, un resurgimiento del capitalismo estatal interventor propio del período entre guerras. Sin embargo, en los últimos años hemos atestiguado el renovado espíritu de la derecha latinoamericana de la mano del desconcertante apoyo popular que fluye acompañado por la posverdad.
Ante las innovaciones en materia de derecho laboral que se entrevén como posibles modificaciones a establecerse en un futuro cercano, pareciera que el peligro de la clase obrera como tal ha decantado. Los socios del capital se han comprometido nuevamente a su causa. La explotación de los trabajadores como único recurso para la solvencia de las naciones parece ser una realidad infranqueable. Hace unos años, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, había formulado que –ante la crisis- aquellos que más tenían eran los que tenían que aportar más. De ahí en más, la popularidad de Obama decayó insoslayablemente. Parafraseando a los sectores de la izquierda argentina: parece que la crisis la habrán de pagar los trabajadores.
Perón y el inicio de la reivindicación del trabajador
El 27 de octubre de 1946, Juan Domingo Perón asumió como Director del Departamento Nacional del Trabajo. Poco tiempo después (alrededor de un mes), logró que el Departamento se convirtiese en Secretaría. La mítica Secretaría de Trabajo y Previsión conducida por Perón permitió a los trabajadores tener un representante en el gobierno que dirigiese su atención a ellos.
Con Perón en la Secretaría, se dignificó al trabajo y a la clase trabajadora. Desde su lugar como secretario de Trabajo y Previsión, articuló las necesidades de empleadores y empleados, de dueños y obreros, propiciando el diálogo entre ellos pero destacando la importancia del trabajo, volviendo significativa la labor de miles de trabajadores que reconocieron en él al único que luchó por ellos.
Perón se mantuvo en la Secretaría hasta el 10 de octubre, cuando renunció a todos los cargos ante las diferencias internas del gobierno que pretendió encarcelarlo por suponerlo un rival político muy fuerte. Como he escrito en otra ocasión, esto suscitó la ocupación de las calles por las masas de trabajadores y trabajadoras, exigiendo la liberación de Perón, constituyendo lo que fue probablemente el origen del Peronismo.
El 10 de octubre, cuando dejó su cargo, lo hizo bajo la promesa de que no se desandaría el camino ganado en derechos sociales. Luego, se despidió en un emotivo discurso que dirigió a todo el pueblo argentino. Allí, resaltó las victorias de su gestión y pidió que se siguiera fomentando mayores beneficios para los que trabajan.
En el discurso (que copio en parte debajo) dejaba en claro cómo había luchado por los obreros del país. Además, antes de irse, firmó el decreto que dio origen al salario mínimo, vital y móvil. Perón fue un verdadero revolucionario en materia de derechos sociales para nuestro país. Con él, el trabajador se convirtió en hombre de derecho, pasó a ser más que un asalariado. En vistas a la realidad actual, no podemos hacer más que recordar las bellas palabras que dejó quien reivindicó al trabajador, haciendo lo posible porque la ley lo reconozca como un hombre, antes que una mercancía.
“Despojado de toda investidura, hablo hoy a mis amigos los trabajadores, expresándoles, por última vez desde esta casa, todo lo que mi corazón siente hacia ellos y todo lo que he de hacer en mi vida por su bien. (…)
Esta obra social que sólo los trabajadores la aprecian en su verdadero valor, debe ser también defendida por ellos en todos los terrenos. La Secretaría de Trabajo y Previsión acometió hace un año y medio dos enormes tareas; la de organizar el organismo y la de ir, sobre la marcha, consiguiendo las conquistas sociales que se consideraban más perentorias para las clases trabajadoras. Sería largo enumerar las mejoras logradas en lo que se refiere al trabajo, a la organización del trabajo, a la organización del descanso, al ordenamiento de las remuneraciones y a todo lo que concierne a la previsión social. Esta tarea realmente ciclópea se ha cumplido con este valioso antecedente: las conquistas obtenidas lo han sido con el absoluto beneplácito de la clase obrera, lo que representa un fenómeno difícil de igualar en la historia de las conquistas sociales. En el campo de la previsión social hemos comenzado por realizar una propaganda sobre el ahorro -posible con los mejores salarios- y luego propugnamos por el incremento de las mutualidades. Se ha aumentado el número de los argentinos con derecho a jubilación en cifras verdaderamente extraordinarias, y a este respecto cabe destacar la iniciativa de la Confederación de Empleados de Comercio, que constituye un triunfo y un motivo de orgullo para la previsión social argentina. (…)
Cuando llegué a la Secretaría de Trabajo, el primer pedido que recibí de los obreros fue la derogación de un decreto del año 1943 en el que se establecía para las asociaciones gremiales un régimen de tipo totalitario. El primer decreto que firmé en esta secretaría fue la derogación de ese reglamento, y tengo la satisfacción de decir que el último que he firmado es el nuevo régimen legal de las asociaciones profesionales, que difiere fundamentalmente del anterior, y con respecto al cual puedo asegurar que es de lo más avanzado que existe en esta materia. Bastaría decir que bajo este cuerpo legal, el gobierno, que puede intervenir una provincia o una asociación de cualquier orden, no puede intervenir, en cambio, los sindicatos obreros. También dejo firmado un decreto de una importancia extraordinaria para los trabajadores. Es el que se refiere al aumento de sueldos y salarios, implantación del salario móvil, vital y básico, y la participación en las ganancias. Dicho decreto que he suscripto en mi carácter de secretario de Estado tiene las firmas de los ministros de Obras Públicas y de Marina, y beneficia no solamente a los gestores de la iniciativa -la Confederación de Empleados de Comercio- sino a todos los trabajadores argentinos”.
