El pasado 7 de octubre se llevaron adelante las elecciones presidenciales en Brasil. El candidato de la extrema derecha Jair Bolsonaro obtuvo el 46% de los votos, superando al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, que alcanzó 29,3%. Estos resultados no fueron suficientes para que Bolsonaro alcanzara la presidencia en primera vuelta, por lo que ambos candidatos se enfrentarán en un balotaje el domingo 28 de octubre. Las opciones electorales se encuentran en polos opuestos. Quien resulte ganador definirá el futuro de su país y de América Latina.
La democracia en Brasil se vio deteriorada en los últimos años. El proceso de juicio político fue sólo el comienzo de una serie de medidas de las élites políticas, en concordancia con la justicia, que se enfocaron en privar al pueblo brasileño de la opción electoral que más respetó y más amplió sus derechos cuando estuvo en el gobierno: el Partido de los Trabajadores.
La presidenta Dilma Rousseff expresaba a principios de este año que el golpe que sufrió tenía el objetivo político de “eliminar al PT de la faz de la tierra”. Sin embargo, lejos de lograrlo, el PT es hoy el partido con mayor aceptación de la población, y Lula Da Silva, el líder político con mayor intención de voto. La derecha no desconoce ésto, por ello Lula está preso injustamente, siendo parte de un proceso judicial irregular.
El balotaje coloca a dos modelos de país en pugna: el restablecimiento y la ampliación de derechos para toda la población, representado por la opción política de Fernando Haddad; y la extrema derecha, que propone continuar con las medidas económicas que dejaron a 25 millones de brasileñxs en situación de desempleo y subempleo. Con componentes legitimadores de homofobia, racismo y aval de procesos dictatoriales en el país.
Jair Bolsonaro representa un modelo de país racista, excluyente, que avala políticas autoritarias. Su campaña se ha basado un discurso que retrocede en materia de derechos, criminalizando la homosexualidad, desprestigiando las políticas sociales que llevaron adelante los gobiernos de Lula y Dilma, oponiéndose a educación sexual integral en las escuelas; sumado a la legitimación del uso extremo de las fuerzas policiales. Quizás el ejemplo de su discurso a favor del impeachment a Dilma Rousseff sea el más claro, cuando se posicionó en nombre del torturador de la presidenta, cuando ésta se encontraba presa durante su juventud.
Fernando Haddad fue ministro de Educación entre 2005 y 2017. Es el candidato que representa el modelo de país que inició Lula Da Silva, un gobierno que colocó al pueblo brasileño en el centro de las políticas públicas. Como expresa Manuela Dávila, candidata a vicepresidenta de Haddad, “un Brasil para el pueblo”. Ese Brasil que desde la llegada irregular de Michel Temer a la presidencia, se vio relegado, cuando las políticas públicas pasaron a poner en el centro a los mercados y el libre comercio. Es así que hoy, sólo en la ciudad de San Pablo, existen 700 mil trabajadores que viven con 133 reales por mes. No es menor que el PT sea el partido que llevó al Poder Ejecutivo a la primera presidenta mujer de Brasil, Dilma Rousseff.
De resultar vencedor Jair Bolsonaro el domingo 28, significará un retroceso no sólo para su país sino también para América Latina y el fortalecimiento de modelos de región “abiertos al mundo”, que ponen en peligro nuestras economías. Una orientación que se emprendió desde 2015 con la llegada de Cambiemos al Gobierno nacional argentino y Michel Temer a la presidencia de Brasil. La definición de la política de Brasil no será ajena para lxs trabajadorxs latinoamericanxs.