El 16 de septiembre es una de esas fechas trágicas de la construcción de nuestra democracia. En la noche del 16 de septiembre de 1976, hace 41 años, un grupo de tareas dirigido por Miguel Etchecolatz (mano derecha del Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, Ramón Camps) secuestró a 6 estudiantes de escuela secundarioa que se habían manifestado por la recomposición del boleto estudiantil.
El boleto estudiantil, que había sido aprobado un año antes para facilitar el acceso al transporte a los estudiantes de diversos grupos sociales, fue eliminado en agosto de 1976. La decisión no fue política ni económica, fue estratégica: los estudiantes que se movilizaron fueron identificados para su posterior desaparición.
Como diría luego la cabeza del golpe del ’76, Jorge Rafael Videla: “un desaparecido no está ni vivo ni muerto, no está, no tiene entidad”. El argumento tendía a resolver un problema que aquejaba a buena parte del mundo occidental: el miedo a la subversión marxista y la militancia política que podía –tal vez- despertar la rebelión del proletariado. El plan de los militares era desaparecer la subversión. Negar su existencia les permitía su accionar inenarrable; negar al subversivo era negar el plan sistemático de secuestros y torturas efectuado a lo largo de la dictadura.
En una época en la que el temor a la teoría marxista era más latente, el foco se puso en combatir la subversión. El plan en Latinoamérica fue más o menos el mismo (como sucedió con Allende en Chile, hace poco más de 44 años): intervenir el funcionamiento de la democracia y “solucionar” el problema de la militancia popular.
El proyecto de la última dictadura, en septiembre del 76, versó sobre la detención y el secuestro de estudiantes, en su mayoría afiliados a la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), con participación activa en la política y/o en el Centro de Estudiantes. Los jóvenes, menores de edad, detenidos en la noche del 16 de septiembre fueron llevados a un centro clandestino de detención (el Arana) y luego al “Pozo de Banfield”. Allí, los estudiantes fueron torturados. Allí vivieron las experiencias más crueles que se animaron a relatar los pocos sobrevivientes. Ninguno de los 6 detenidos esa noche: Clara Ciocchini, Claudia Falcone, Horacio Ungaro, Daniel Racero, Claudio de Acha y Francisco López Muntaner fueron fusilados en los primeros días de 1977 (según precisó la investigación realizada por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, la CONADEP).
Recuperar la memoria sobre aquel cruento 16 de septiembre puede ayudarnos a reevaluar la presencia actual de la actividad política en las escuelas. En CABA aún no se terminó de implementar –y ni hablemos de evaluar su resultado- la última reforma educativa que dio lugar a la NES (la Nueva Escuela Secundaria). Sin embargo, ya se dispuso la primera etapa de implementación a 17 escuelas porteñas que, desde el año que viene, deberían trabajar bajo la currícula de “La Escuela del Futuro”.
En este contexto, 27 escuelas están tomadas en la ciudad. Los estudiantes reclaman que aún no hay cohortes recibidas de la NES, que el nuevo proyecto de la Escuela del Futuro no es claro, y que para aprobar materias en el último año deberán trabajar gratis para alguna empresa. En consonancia con la reforma laboral que se viene esgrimiendo como el camino a seguir de la mano del empresariado local para reflotar al país, la conformación de mano de obra gratuita y menor de edad no parecería ser el camino apropiado.
Como escribí hace unos días, al cumplirse los 150 años de la publicación de El Capital de Marx, “hoy en Argentina se pregunta a los empresarios cómo mejorar su rentabilidad, en lugar de preguntarle al trabajador cómo mejorar su experiencia de trabajo, su calidad de vida y/o su capacitación personal integral”. La propuesta tiene que ver con el achicamiento del Estado. Cuando la salvación del pueblo se espera proveniente de ciertos países del Norte, lo más probable es que nos encontremos con propuestas precarizadoras y poco estimulantes para el trabajador local. La suba del desempleo es sólo la primera parte del proceso.
Para concluir, la actual ministra de Educación, la licenciada en Ciencias Políticas, declaró que no hablará con los jóvenes mientras estén tomando las escuelas. Negándose así a dialogar con los estudiantes que están involucrados en lo que les sucede a ellos, a sus compañeros y coetáneos. De este modo, se niega la acción política, se niega el involucramiento de los jóvenes en la sociedad y en lo que le pasa a la ciudad y a sus ciudadanos. En fin, se niega la política.