Hace unos pocos días escribí sobre la sanción de la Constitución del 49. Aquella era una constitución pensada para nuestro pueblo. La Convención Constituyente conformada sesionó durante casi dos meses para completar el texto que reunió derechos sociales con los políticos y civiles. Para ello participaron peronistas y radicales que debatieron para lograr conseguir una Constitución actualizada que defendiera a todo el pueblo argentino: su soberanía política, su independencia económica y, sobre todo, que respetase la justicia social tan cara a la defensa del justicialismo.
El 16 de marzo de 1949, en una última sesión especial, se juró la nueva constitución con presencia del presidente Juan Domingo Perón. El Presidente de la convención, Domingo Mercante, expuso que la comisión se empeñó en:
“dar al pueblo una Constitución renovada sobre la base de una concepción política enderezada a afianzar una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana, como ahora lo declara el Preámbulo”.
Los prolongados aplausos (según cita el resumen de las sesiones del congreso) se suceden en cada párrafo del discurso final de Mercante. Se trató de un hito para nuestra historia, en la que el pueblo por algunos años tuvo una Constitución verdaderamente pensada para él. Para todos los argentinos y argentinas que vivimos en nuestro amado país. Lamentablemente, aquellos que pretenden un modelo de país dependiente de las potencias extranjeras, derogaron esta ley fundamental, volviendo al antiguo y liberal texto clásico de 1853.
Dejo un link con el debate en las sesiones de aquella convencional constituyente de 1949, digitalizado por la Universidad de San Martín (UNSAM)
Porque las universidades nacionales tienen como fin último el socializar el saber entre todos los habitantes de la Argentina.
La constitución del 49
Hace exactamente 69 años, un 11 de marzo de 1949, se sancionó una nueva Constitución Nacional. Una Constitución que reflejó un modelo de país con –según se leía en su Preámbulo- la “irrevocable decisión de constituir una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”. Las tres grandes banderas del peronismo se expresaban así de manera determinante.
La Constitución del 49 venía a completar el paso hacia una sociedad igualmente democrática que se había iniciado con la Ley Sáenz Peña. A los derechos civiles (expresados en la Constitución de 1853) y a los derechos políticos (otorgados por la ley del “sufragio universal”), el peronismo le agregó la integración de la mujer a los derechos políticos (en 1947) y una nueva Constitución que sumaba derechos sociales a sus ciudadanos.
La Constitución del 49 completó la terna de derechos (civiles, políticos, sociales) que elevó las condiciones de vida y supuso una reafirmación identitaria de la ciudadanía con la Nación, promoviendo –como se lee en ella- la “cultura nacional”. La Constitución del 49 es la del pleno empleo, la de educación masiva para todos y todas, la de las políticas de salud públicas y la del Estado propulsor de industrias nacionales que no solo exportaba alimentos.
La Constitución del 49 definió como “propiedad imprescindible e inalienable de la Nación” (art.40) todas las fuentes de energía del país, ya que su riqueza y explotación debían servir al bienestar social de todo el pueblo. El texto constitucional da cauce a todo lo que significó el movimiento justicialista en nombre, justamente, de la Justicia Social.
El artículo 40 reza: “Los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas, y las demás fuentes naturales de energía, con excepción de los vegetales, son propiedad imprescriptibles e inalienables de la Nación”.
Como escribí hace poco, el golpe revanchista de septiembre de 1955 se encargó de volver atrás los logros del peronismo en materia social; derogó la constitución y prohibió al peronismo en sentido amplio. Cuando el modelo que se impone en nuestro país es el de las grandes corporaciones, los monopolios empresariales y la circulación libre de capital, el resultado es sabido: sólo habrá beneficio para unos pocos. El pleno empleo y la redistribución de ingresos no estimulan la llegada de capitales extranjeros que inviertan en el sector terciario sin bajar radicalmente los sueldos.
Por eso, la Constitución del 49 fue derogada y sepultada. De ella solo queda el artículo 14bis, mentado artículo de tradición escolar. El resto del texto es básicamente el mismo de aquella de 1853 que llamaba a los inmigrantes europeos a ocupar nuestro suelo desierto (tras la exterminación en la “Campaña del Desierto”) y enseñarnos de artes y oficios. Cuánto sería distinto en nuestra nación si hoy siguiese vigente una Constitución elaborada en función, verdaderamente, de los intereses de su pueblo.
El autódromo 17 de octubre
Hoy se cumplen 66 años de la inauguración del autódromo “Juan y Oscar Gálvez”. Su nombre original fue “17 de octubre”, así lo bautizó el gobierno peronista cuando terminó su construcción en 1952. Pero, como escribí hace unos días, la dictadura de Aramburu prohibió todo tipo de alusiones al peronismo, por lo que fue rebautizado como “Autódromo Municipal” para luego ser oficialmente nombrado Gálvez en 1989.
El gobierno de Perón se preocupó activamente por llevar adelante políticas públicas en torno al deporte. Hubo una renovación en la actividad física nacional en las escuelas y se llevaron adelante grandes obras entre los que se encuentran préstamos a clubes de fútbol (Huracán, Racing, entre otros) para la edificación de sus canchas.
En diciembre de 1949, Juan Manuel Fangio y José Froilán González se reunieron con el presidente en la Casa Rosada y plantearon la necesidad de tener un autódromo nacional para competir internacionalmente de local. Hasta entonces, se disputaban las carreras en circuitos callejeros: los circuitos de Retiro, Mar del Plata y, luego, el de Palermo (uno de muchas curvas en el bosque). La iniciativa fue aprobada de inmediato por Perón.
La construcción tardó en iniciarse pero se llevó a cabo en poco más de 14 meses. El 9 de marzo de 1952 se inauguró el autódromo 17 de Octubre, con el objetivo de mejorar y estar en el podio mundial. La misión fue cumplida con creces.
Las políticas proclives a agrandar la nación no precisan del constante aval y dinero extranjeros. Se trata de proponer un modelo de país que se sostenga fuerte en todos los frentes. El gobierno de Perón es prueba fehaciente de lo que puede lograr un país que se preocupa por el futuro de su pueblo de manera integral.
Día de la Mujer. Es hora del debate por la despenalización del aborto
Más de una vez, desde este espacio, señalé la importancia de la igualdad entre hombres y mujeres. Hice referencia, sobre todo, a la igualdad de derechos políticos y de participación en política. En la actualidad ya no hay razones (teológicas, sociales) que impidan forjar esa igualdad absoluta; porque hombres y mujeres –efectivamente- somos iguales. Iguales en derechos, iguales en capacidad e iguales en limitaciones.
Pero esta discusión no está saldada aún en la mayoría de las sociedades del mundo. El camino que lleva a la igualdad precisa sortear aún las desigualdades de género que se ven diariamente. De ellas, la más fuerte y dolorosa es la que lleva la consigna de #NiUnaMenos.
No más mujeres asesinadas por ser mujeres es la consigna principal de #NiUnaMenos. Es por eso que esta consigna abarca también la alta tasa de mortalidad existente por abortos clandestinos. De hecho, la principal causa de muerte por embarazo, parto o puerperio es el aborto clandestino. La interrupción del embarazo es una realidad objetiva, existen casos diariamente a lo largo del país, incluso avalados por el Estado a partir del fallo FAL de 2012 (que permite la interrupción del embarazo si corre en riesgo la salud física o mental, en sentido integral, de la mujer).
Despenalizar el aborto implica darle a la mujer el derecho a una maternidad responsable. Legalizar el aborto seguro también implica una serie de políticas de Estado que promuevan la Educación Sexual Integral como está estipulado en la ley del 2006 y que hoy sigue vigente. No implica, para nada, promover el aborto como método de control de la natalidad. Una interrupción de embarazo es una intervención en el cuerpo de una mujer; es en sí misma una experiencia traumática, por más que no sea un delito, nadie querría practicarlo de no mediar otra opción.
La realidad indica que el número de mujeres que mueren por prácticas médicas de este tipo, realizadas en clandestinidad, no ha descendido significativamente en los últimos 10 años. Aquí, la igualdad de género se destapa: los hombres quedamos afuera del debate cuando, en realidad, para que una mujer decida abortar, siempre (perdón por la obviedad) tuvo que estar implicado un hombre.
La vasectomía es libre y gratuita por ley, pero eso no está en el eje del debate. Tampoco el cuidado y la prevención están directamente enfocados al hombre. Solo cuando se habla de anticoncepción profiláctica aparece un hombre en escena. Aquí el debate debe darse en consciencia de lo que supone la plena asunción de los derechos de la mujer en igualdad. El aborto libre, seguro y gratuito está finalmente en la agenda. Es hora del debate.
Cuando el peronismo fue prohibido
Como escribí más de una vez el año pasado, la “grieta” -que se popularizó hace unos años por motivo de las últimas elecciones presidenciales- supone dos miradas sobre nuestro país. Una mirada que supone al Estado como un mero órgano administrativo que no debe interceder en cuestiones sociales, como las pensiones a discapacitados o las condiciones de vida de los ciudadanos. Otra mirada en la que el Estado debe proponer los medios para otorgar las mejores condiciones de vida para todos los ciudadanos.
Estos dos proyectos han entrado en tensión en nuestra Argentina del siglo XX, dando lugar a lo que los teóricos se refieren como “empate” político. Cuando el gobierno de Perón llegó al poder y comenzó a organizarse este modelo criollo de Estado de Bienestar que significó el peronismo para nuestra población, los trabajadores y trabajadoras se sintieron verdaderamente representados e identificados con un movimiento nacional y popular que los interpelaba directamente a ellos.
Ante el peligro de tener que claudicar, un sector del empresariado nacional aliado con fuerzas del ejército (Aérea y Naval, sobre todo) y la Iglesia Católica forjó una alianza que derivó en el golpe-cívico militar del 16 de septiembre de 1955 (luego de bombardear al pueblo y a la plaza de mayo unos meses antes). El golpe se autoproclamó “Revolución Libertadora” y se concretó en nombre de la democracia (sostenían que Perón había devenido en tirano). Emergió entonces la figura de Eduardo Lonardi como presidente de facto para acomodar la nación.
De Lonardi fue la frase tristemente popular de “ni vencedores ni vencidos”. Para él, la normalización de las instituciones era el primer paso a tomar. Lonardi creía verdadera y erróneamente que Perón era un tirano; pero quienes controlaban ideológicamente el golpe sabían que lo hacían solamente para allanarse el terreno político. Así, menos de dos meses después asumió el mando de la “revolución” el teniente general Pedro Eugenio Aramburu: su objetivo era el de “desperonizar” el país.
Bajo el discurso de un espíritu democrático, Aramburu armó una comisión de investigación para intervenir la CGT y procesar a una gran cantidad de funcionarios del peronismo. Intervino en el ministerio de Educación con políticas de censura e impuso una nueva materia obligatoria “Educación Democrática” que enseñó a los jóvenes el funcionamiento de las instituciones que el mismo Aramburu había clausurado.
El 5 de marzo de 1956 (hace 62 años) se aprobó un decreto que sellaría el proyecto de la dictadura: el decreto 4161 prohibía toda alusión al peronismo, su nombre su familia o sus fechas célebres. La sola mención era causante de arresto. El resultado fue una sólida organización clandestina de resistencia peronista que dio lugar al mito peronista y a más de una interpretación sobre el movimiento.
Prohibir al peronismo demostró no ser el camino para hacerlo desaparecer. Quizás haya otras formas que prueben ser más efectivas. Por el momento, el peronismo sigue reivindicando sus tres banderas en nombre de un modelo de país distinto al que se está formando en este gobierno.
240 años del nacimiento de San Martín
Un día como hoy, pero hace 240 años, nacía en Yapeyú José de San Martín. Tan solo 6 años tendría cuando arribó a Cádiz con su familia, en 1784. Allí fue donde se destacó en el ejército español, en el regimiento de Murcia, y ascendido a teniente general. Entonces, en 1812, se embarcó hacia lo que era el Virreynato del Río de la Plata para luchar en nombre de los revolucionarios.
En su primer combate, triunfó en San Lorenzo (el 3 de febrero de 1813), luego reemplazaría a Belgrano en el ejército del Norte, cruzaría los Andes para ayudar a O’Higgins a liberarse del yugo español y libertaría Perú, en donde lo nombrarían gobernador de Cuyo y protector de Perú.
Su aporte a la liberación de América Latina fue enorme. Reconocido en todo el continente sudamericano, San Martín dejó la lucha en 1822 tras su encuentro en Guayaquil con Simón Bolívar, quien continuaría la hazaña hacia el Norte.
Al volver a Mendoza, pidió permiso para reencontrarse con su esposa en Buenos Aires. Rivadavia (ministro de Martín Rodríguez) le recomendó que no volviese, los unitarios lo perseguían por perdonar la vida a federales insurrectos. Igualmente regresó a Buenos Aires para enterarse que Remedios de Escalada, su esposa, había muerto; y que a él lo perseguían por conspirador.
Terminó su vida junto a Mercedes, su hija, en Boulogne Sur-Mer (Francia). Tenía 72 años cuando falleció, en 1850. Antes, envió su sable al Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Don Juan Manuel de Rosas, agradeciéndole por defender con bravura los intereses de la patria, así como él lo había hecho.
El ABC de la unión latinoamericana
Hace 65 años, el entonces presidente Perón inició un proyecto que habría de vincular a Argentina, Brasil y Chile (ABC) por una Unión Económica regional. Mucho antes que la Confederación Europea, Juan Domingo Perón expresó su intención de unir las tres economías más australes de Sudamérica para potenciarse mutuamente.
Si bien no se trata de la primera unión comercial de la historia, en esta clase de uniones puede encontrarse (básicamente) el proto-origen del capitalismo, sí podemos afirmar que fue la primera firme intención americana de hacerse fuerte independientemente de las potencias europeas. Como siempre remarco en este espacio, la bandera de la Independencia Económica se refuerza con este tratado.
El 20 de diciembre de 1951, Perón había afirmado al diario Democracia que “la Argentina sola, no tiene unidad económica. Brasil solo, tampoco. Chile solo, tampoco la tiene. Pero estos tres países unidos conforman quizá la unidad económica más extraordinaria del mundo entero”.
Perón quería abaratar los costos del hierro, carbón y estaño que producía Chile para incentivar la industria nacional sustitutiva de importaciones de bienes de consumo y, sobre todo, de capital. El 21 de febrero de 1953 visitó Chile y le entregó a su par trasandino un collar de la orden del Libertador San Martín junto a una réplica de su espada. El presidente Ibáñez le retribuyó con la espada de O’Higgins. Medio millón de ciudadanos chilenos vitorearon la unión y, ese mismo día, se firmó el Acta de Santiago de Chile. Primer paso hacia la alianza ABC.
El tratado finalmente no se cerró por falta de apoyo de Brasil. El presidente Vargas se habría disculpado con Perón por carta, aduciendo falta de poder político para sostener tal alianza. La fuerte oligarquía brasilera no quiso perder su relación directamente vincular con el poder económico estadounidense y, así, se dio por finalizado el proyecto.
La Independencia Económica es una bandera difícil de sostener en un mundo fuertemente globalizado en el que la política económica es determinada en muchos aspectos por los intereses capitalistas del empresariado más fuerte e internacional. La banca estadounidense, al igual que la británica no son árbitros neutrales en este sentido. Por eso, cuando un proyecto político se encamina a desligarse de los intereses extranjeros, fortaleciendo la moneda local, el pueblo entero ha de apoyarlo inagotablemente.
Porque en la otra vereda están los socios del capital, aquellos que se preocupan por pagar con deuda dolarizada el déficit, manteniendo el espiral de préstamos que nos ata inexorablemente al subdesarrollo programado.
Día Mundial de la Justicia Social
En noviembre de 2007, la Organización de las Naciones Unidas decretó el 20 de febrero como el Día Mundial de la Justicia Social. Hoy se celebra este día internacional por décima vez en el mundo.
En nuestro país, la Justicia Social está fuertemente alineada al peronismo. A partir del primer gobierno de Perón se estableció la Justicia Social como una de las banderas intransigibles del movimiento nacional y popular. A partir de ella es que se brega por un mundo más justo (valga la redundancia), donde los ricos no sean tan ricos, en el que los pobres ya no lo sean. Por eso, se vincula a los derechos de vivienda, educación, trabajo, salud e ingresos mínimos.
La Justicia Social impone un modo de ver el mundo que implica mayor igualdad de género (y transgénero), que rechaza todo tipo de racismo o discriminación, que propone una igual distribución de capital económico así como de capitales culturales.
Según la ONU, “la Declaración se centra en garantizar resultados equitativos para todos a través del empleo, la protección social, el diálogo social, y los principios y derechos fundamentales en el trabajo”.
Esto ha sido siempre así para el peronismo. El compromiso con la clase trabajadora y la búsqueda de una conciliación entre clase trajo aparejadas, siempre, la movilidad social de los más marginados. Con la inauguración de la Universidad Obrera Nacional, la inserción de la mujer en las decisiones políticas y el casamiento igualitario (entre tantas otras medidas), el peronismo se ha esforzado incansablemente en la construcción de un mundo más igual, más justo y mejor para todas las peronas.
Por todo esto, feliz día de la Justicia Social para todos.
Padre del Aula: 207 años del nacimiento de Sarmiento
Poco menos de un año después de haberse dado los sucesos de la Semana de Mayo, el 15 de febrero de 1811, nació en San Juan Domingo Faustino Sarmiento. Un autodidacta empedernido que estudió más afuera de la escuela de lo que se cree.
Solo cursó sus estudios primarios en la escuela creada en San Juan por el gobierno de la Revolución en 1816; era una de las llamadas “Escuelas de la Patria”. Se vivía un aire realmente revolucionario y Sarmiento mostró desde chico su vocación por el estudio. Se negó a hacer el sacerdocio al que lo impulsaba su madre, y solicitó una de las becas que Rivadavia otorgaba para el nuevo Colegio de Ciencias Morales (el actual Colegio Nacional Buenos Aires). Las becas eran para 6 chicos de las provincias del “interior”; en San Juan, Domingo Sarmiento no fue sorteado y ya no estudiaría formalmente en ningún lado.
Sarmiento quizás faltó a la escuela o quizás nunca lo hizo. Lo cierto es que estudió solo unos pocos años en el Nivel Primario, luego se dedicaría a estudiar por su cuenta o con ayuda de familiares. Su tío, José Oro, le enseñó latín. A él acompañó en su exilio a San Luis en 1825 y junto a él fundarían una escuela. Volvería a intentar conseguir una beca para estudiar en Buenos Aires, pero tampoco la conseguiría.
Si bien es reconocido como parte de la “Generación del 37”, Sarmiento es el único que no tuvo nunca un título universitario. A diferencia de Echeverría, Alberdi o Gutiérrez, Sarmiento tuvo que estudiar por su cuenta. Motivado por la coyuntura política y el maltrato de Quiroga, se uniría a la causa unitaria y, por ello, se vería obligado a huir a Chile. Cuentan que en un paso fronterizo escribió, en francés, que las ideas no se matan. Frase que lo perduraría tras su muerte.
Sarmiento se opuso siempre a Rosas e intentó desprestigiarlo a través de diferentes publicaciones que él mismo dirigía. Pero sus escritos contra el despotismo rosista chocan contra la felicidad con la que relata la victoria de los unitarios bajo métodos de suma violencia y coacción física. Al igual que los políticos de su época, Sarmiento no creía en las elecciones limpias, secretas y libres.
A partir de su trabajo con el gobierno chileno, durante su exilio, Sarmiento conoció diferentes sistemas educativos y se propuso extrapolarlos a la Argentina cuando, con el apoyo de Mitre, le otorgaron la supervisión del sistema educativo nacional. Trajo, entonces, maestras estadounidenses para enseñar en Entre Ríos, en el primer colegio Normal de Paraná.
La candorosa ingenuidad de Sarmiento no debe ser comparada con otros intentos liberales de extrapolar sistemas educativos hacia nuestras latitudes. Claramente, la construcción de un sistema nuevo impuso una serie de alternativas que fueron elaboradas para finalmente definirse por un sistema de apropiación anglosajona de formas ya existentes. Tristemente, 150 años después, seguimos creyendo que lo mejor que se puede hacer para nuestra educación, es copiar modelos del Norte.
Igualmente, es indiscutible que la figura de “Civilización o Barbarie” (acuñada, o también extrapolada, por Sarmiento desde su libro homónimo) marcó el camino de un modo de ver de los argentinos que en algunos temas sigue vigente. Para Sarmiento, la educación debía ser para todos, aunque los hombres del sur americano tenían menos chances de poder aprender algo que los hijos del inmigrante europeo. De esta premisa surgen las políticas proclives a traer inmigrantes para poblar nuestro “desierto” tras la exterminación de los indígenas de la Patagonia. Esto, igualmente, sucedería tiempo después de su presidencia. Tras el gobierno de Mitre, Sarmiento sería elegido presidente mientras aún estaba de viaje recolectando información sobre el sistema educativo norteamericano.
De más está decir que la piedra fundacional de un sistema educativo laico, libre y gratuito se la debemos a Domingo Faustino Sarmiento. Exaltar su memoria socavando su obra no debería ser el propósito de ningún gobierno liberal que sostenga en Sarmiento a uno de los próceres de nuestra Argentina.
120 años del nacimiento de Scalabrini Ortiz
Raúl Scalabrini Ortiz, quien bregó incansablemente por la nacionalización de los ferrocarriles argentinos, nació un día como hoy hace 120 años. Fue el 14 de febrero de 1898, en la ciudad de Corrientes. Hijo de Scalabrini (italiano) y Ortiz (de origen vasco), Raúl creció para convertirse en el ejemplo de la metáfora del “crisol de razas”. Amigo de Arturo Jauretche así como de Homero Manzi, Scalabrini Ortiz fue periodista y ensayista, a la vez que historiador, poeta y filósofo.
Las múltiples facetas artísticas y humanísticas se resumen en su ensayo sobre la personalidad del porteño en “El hombre que está solo y espera”, su obra más reconocida (de 1931). Convencido de que se defiende la virtud de la tierra o al capital extranjero, Scalabrini Ortiz se sumó al radicalismo luego del golpe de Estado que derrocó a Yrigoyen. Fue allí donde conoció a Jauretche, y fue por ello que –al principio- se mostró en contra de Perón.
En 1944, cuando escuchó hablar a Perón a favor de lndependencia Económica, se acercó al general para expresarle su preocupación por la nacionalización de los ferrocarriles. No se cansaría de luchar por la nacionalización hasta que Miranda (Presidente del IAPI) y Cereijo (Ministro de Hacienda) junto a otros funcionarios, firmaron la compra (en 1947) de los ferrocarriles a los ingleses.
Siempre preocupado por el interés de nuestro pueblo, supo explicar que para ser peronista no hay más que observar quiénes son sus adversarios. Algo parecido a lo que planteó Discepolín, Scalabrini Ortiz alguna vez explicó:
“Aquí no se trata de elegir entre Perón y el arcángel Miguel. Se trata de elegir entre Perón y Federico Pinedo. Todo lo que sea en contra de Perón fortalece a Pinedo y, por extensión, a la rancia oligarquía de este país”.
Resulta importante destacar un breve espacio a un pensador de tal magnitud, que renunció a la redacción de La Nación cuando vio que allí se apoyaba al golpe de Uriburu contra la nación. A partir de allí, solo participaría de publicaciones populares que no consiguieron la injerencia del gigante de Mitre. Recordamos una frase que dio a la revista Qué, poco antes de su muerte:
“El periodismo es quizás la más eficaz de las armas modernas que las naciones poderosas utilizan para dominar pacíficamente a los países más débiles. (…) Opera, no a través de sus opiniones, sino mediante el diestro empleo de la información pues sólo transfiere aquella parte de la realidad que conviene a los intereses que representa.”
